A mediados del Siglo XVI, el arte medieval mantenía su viegencia en Asturias sin que en el horizonte regional se percibiese el menor atisbo de cambio estilístico, de multiplicación del consumo de objetos artísticos o de acrecentamiento de la actividad constructiva.
Todo apuntaba a un agotamiento y una atonía generalizada en estos terrenos cuyos primeros síntomas ya venían acusándose desde finales del Siglo XV.