El decaimiento de la fe religiosa y de la vida moral caracterizaba la situación en que se hallaba el Principado de Asturias mediado el siglo XVI. Con la ignorancia de la doctrina cristiana y vicios que de ello nacían -se nos cuenta- reinaban las hechicerías y supersticiones, inundaban todo el país blasfemias, juramentos, execraciones y maldiciones, las riñas y bandos entre los poderosos eran continuos y de estos se seguían infinitas injusticias, robos y muertes. Los poderosos oprimían a los pobres y hasta los curas les quitaban violentamente sus rentas; hacían curas a su gusto y jueces a su placer y así, oprimida la justicia, y desterrada del humano convicto la equidad, no se veían más que sinrazones e injusticias, porque los que debían dar a cada uno lo suyo y salir a la defensa del derecho de todos y cada uno, coadyuvaban por el soborno a las violencias y rapiñas de los magnates y señores. Ni podían los obispos y prelados eclesiásticos poner remedio a tantos males, porque los seglares no les guardaban el decoro que debían, ni les obedecían como estaban obligados.