Durante el último tercio del V milenio a. de J.C. fueron erigidos en Asturias los primeros túmulos. En realidad, aquellos montículos artificiales responden, basicamente, al recubrimiento monumental de lugares ceremoniales, sellando plataformas de arcilla, pavimentos de piedra, pozos, hogueras o los restos de estructuras de madera incendiados, vestigios diversos del lucus dramatis de una imprecisa ritualidad funeraria.
En su alta antigüedad y variedad formal, ausentes de cámaras mortuorias en sentido estricto, nos hablan estos túmulos herméticos tanto de su caracter autóctono en el contexto de las arquitecturas sepulcrales neolíticas, como de la inicial expresión de madurez de las sociedades agropecuarias radicadas en el norte de la Península Ibérica.