Enfrente, la hermosa vega de Villaviciosa, con sus inimitables tonos verdes, desde el oscuro tocando a negro hasta el alegre esmeralda; por uno y otro lado ricas parrasadas cargadas de fruto y oscuras carballedas de aspecto druídico; salpicadas aquí y allí rientes aldeas; las blancas casas de Selorio recostadas al pie de una loma; más allá, los techos del palacio de Villaverde; no muy lejos, Lugás y Llavares ostentando en la falda de la montaña como una bandada de palomas . Con este tono más propio de una descripción paisajística que de una crónica política, la Revista contemporánea narra la visita que durante dos días Pidal, el entonces presidente del Congreso, cursó a Villaviciosa en 1892.