El incremento de la capacidad tecnológica de los humanos, fundamentada en la disponibilidad de fuentes de energía baratas y de fácil explotación, ha permitido un aumento rápido y espectacular de la población humana y de sus actividades entre las que se incluye el cambio de uso del suelo. Esta utilización continuada de fuentes de energía basadas en el carbono (carbón, petróleo y gas) ha mejorado las condiciones de vida de cada vez más personas, aunque otras no logran superar un nivel de desarrollo humano satisfactorio, en el sentido que le da a este término el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
El resultado de toda esta actividad antropogénica está modificando la química de la atmósfera y de los océanos, cada vez de forma más acelerada, y con ello las condiciones climáticas de la Tierra. Muchos pensadores y cada vez más organizaciones internacionales lo consideran el riesgo más importante que tiene la humanidad en estos momentos, dada la trascendencia que pueden tener estas modificaciones en todos los órdenes de la vida. No se debe perder de perspectiva que los que sufrirán, y están sufriendo ya en la actualidad, los efectos más perniciosos son los países y las personas menos favorecidas, con menos posibilidades económicas y tecnológicas.